lunes, 4 de diciembre de 2017

Desmemoria histórica



Los anuncios publicitarios fueron desapareciendo del mobiliario urbano de las calles de Madrid y en su lugar se podían ver dos fotografías sin mensaje aparente. Ambas eran tomas nocturnas, en una se veía la estatua de La Cibeles de frente con los leones tirando del carro, en la otra, el Templo de Debod. Qué gran gentileza por parte del Ayuntamiento, pensé, habernos liberado a los madrileños de la publicidad en las calles. Pero, a medida que pasaban los días, mis suspicacias fueron creciendo, pues intuía que aquello no iba a durar mucho.
Las fotografías, en efecto, parecían cumplir la función de una carta de ajuste, esa imagen fija de múltiples colores que se emitía por televisión de madrugada hace muchos años, cuando el asedio audiovisual no era tan intenso, y entonces me pregunté ¿por qué no han dejado esos carteles en blanco?, ¿acaso las autoridades municipales temen una epidemia de horror vacui en la población? Quizás, o a lo mejor querían decirnos algo con esas fotografías. Dos bellos iconos de Madrid, iluminados con luces cálidas por la noche, son una invitación a (re)descubrir sus monumentos, que son la supuesta esencia –por no decir la escusa o, directamente, el señuelo- de las visitas turísticas, o quizás a admirar la ciudad o a sentirnos orgullosos de ella. Quien sabe, pensaba, pero yo habría preferido que hubieran dejado todo en un blanco puro, no como aquella vez, hace años, que el banco ING se anunció en esas mismas marquesinas con un cartel en blanco, sí, pero en el que se podía (y se debía, pues ese fue el gran acierto del publicista sarcástico que lo ideó) leer en letras muy pequeñas en los bordes: “Hemos liberado este espacio para ti”.
En lugar de retirar el mobiliario urbano que servía de soporte a la publicidad y librar de verdad a la ciudad de su sempiterno engaño, los sustituyeron por otros más modernos. Y para que quedara claro el signo positivo de la actualización, los primeros anuncios ilustraban acerca de la novedad con mensajes que imitaban los de Whatsapp. Uno de ellos, el más largo, decía así: “Hola, soy el nuevo mobiliario urbano. Ahorro energía, soy más eficiente, sostenible, reciclable… También me encanta contar cosas, bueno, es que es básicamente a lo que me dedico. Y eso que dicen que la gente no se para a leer los textos largos. Aunque fíjate, lo mismo estás ahí esperando y te pones a leerme, y, oye, pues aquí los dos tan a gusto, ¿no? Eso sí, no oigo nada. Pero nada. Así que es mejor que hable yo solo porque si no esto va a ser raro o por lo menos va a parecerlo. Vale, pues el caso es que se vino a”. Si la propaganda que iba a mostrarse de ahora en adelante en los nuevos soportes no nos gustaba, al menos nos quedaba el consuelo de admirar el avance tecnológico encarnado en los mismos. Y además ¡eran sostenibles! El criterio que siguieron en el Ayuntamiento para afirmar esto lo desconozco, pero hay que reconocer que las pantallas planas que hoy, consumada la operación, emiten anuncios incesantemente en los mismos lugares y del mismo tamaño que los antiguos carteles, son mucho más atractivas.
Entre tanto, el misterio de las fotografías de la diosa Cibeles y del templo de Debod quedó desvelado cuando destaparon los nuevos y flamantes artilugios. Tanto una como otro anunciaban la continuidad del orden establecido, íbamos a seguir adorando al mismo dios del Progreso en los mismos templos del Mercado.
Además, como la coalición de partidos que gobierna el Ayuntamiento no es de izquierdas, según la mayoría de los dirigentes de esos partidos, no hubo sarcasmo alguno en su acción (o ¿sería mejor decir “inacción”?, pues seguramente, en aquella operación de propaganda acerca de la propaganda, y aunque los mensajes estuvieran firmados por el Ayuntamiento, éste se dejó guiar por los publicistas que diseñaron la campaña). Como tampoco debe haber sarcasmo, por cierto, en el hecho de que este mismo Ayuntamiento acabe de aprobar la construcción de una ciudad financiera en torno a la estación de Chamartín con el objetivo declarado de atraer a grandes empresas multinacionales y bancos de inversión.

miércoles, 9 de noviembre de 2016


                                                       Yo soy yo y mi circunstancia

viernes, 4 de noviembre de 2016

                                                   La revolución educativa

Propaganda de Google y Samsung con forma de noticia: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2016/05/13/actualidad/1463136228_177046.html. Si en todos los lugares donde aparece la palabra “experto”, se dijera “experto en dispositivos electrónicos”, la trampa de la noticia quedaría totalmente al descubierto, pues no se cita ningún otro tipo de experto.
En las aulas inteligentes, en lugar de libros, se usan tabletas digitales para “gestionar las clases y potenciar la innovación”. Pero, ¿cuál es el objetivo de la innovación? Ninguno concreto, pues es un fin en sí mismo, como lo son la felicidad, la amistad o el amor, ya que se trata de que las personas se enriquezcan a sí mismas innovando. Así, cuando el día de mañana se incorporen al mercado de trabajo podrán disfrutar innovando al mismo tiempo que trabajan, sin importarles que los productos innovadores que ayuden a crear en sus empresas sean la base del capitalismo actual (y futuro, es de suponer): sin innovaciones permanentes, es decir, sin productos nuevos que se conviertan en viejos en el mismo momento de su adquisición por parte de los consumidores y que no harán otra cosa más que aumentar los deseos de consumir más innovaciones, la rueda loca del sistema económico no podría seguir girando cada vez a mayor velocidad.

            Dice un experto citado en la noticia que “la mayoría de nuestros centros no han cambiado nada en dos o tres siglos. Allí se están formando los profesionales del futuro, así que tienen que estar adaptados a las necesidades actuales.” Y lo primero que se le viene a uno a la cabeza es que si dichos centros han aguantado tanto tiempo sin cambiar debe ser porque algo bueno debe haber en ellos para que sigan funcionando sin que las autoridades competentes hayan hecho nada para modificarlos. Pero esta es una visión caduca y errónea, dirán los expertos en tecnologías educativas, porque en realidad las inercias del mundo real son muy fuertes como para poder cambiar lo que se lleva haciendo mal durante siglos. Y el argumento definitivo se ve en la segunda afirmación del citado experto: “adaptación a las necesidades actuales”, que no son ya las matemáticas, la lengua o la historia sino los medios que se deben usar para aprender las mismas. Si el medio es suficientemente atractivo, las materias de estudio lo serán automáticamente, por eso insisten en que, de todos los beneficios que aportan las nuevas tecnologías al aprendizaje, el más destacable es la motivación de los alumnos, como atestigua la profesora Silvia Casquete: “Antes les decías a los chavales que sacaran el libro por la página 36 y la respuesta siempre era ¡Qué rollo!. Ahora no hace falta que les pidamos nada y ya está la tableta encima de la mesa para trabajar.” Además de todo esto, al estar “adaptados a las necesidades actuales”, podrán adaptarse mucho mejor a las necesidades futuras, cuando ya sean trabajadores, y de esta forma ser más productivos y estar más integrados en la sociedad.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

                                                        Es el progreso, ¡idiota!


El nuevo jefe de la sección de opinión en el periódico El País, José Ignacio Torreblanca, hace unos días defendía a ultranza la globalización en su breve artículo “Ideas de romano” (http://elpais.com/elpais/2016/10/19/opinion/1476886069_846397.html). Es curioso que él mismo contravenga los consejos que dan en la propia sección de opinión del periódico, donde se puede leer una guía básica sobre cómo “colaborar” con ellos en la que se afirma que “los argumentarios y los manifiestos no son bienvenidos”, pues resulta evidente que la columna del señor Torreblanca tiene pocos y torticeros argumentos, pero sí es un manifiesto muy breve a favor de la globalización.
                En su columna echa mano de la única, que yo recuerde ahora mismo, “píldora” de ideología conservador de la película La vida de Brian, que, sin embargo, es una divertida e irreverente película sobre la vida de Jesucristo.  En una reunión clandestina de una célula revolucionaria judía que quiere acabar con la ocupación de los romanos en Judea, el jefe pregunta retóricamente “¿Qué han hecho los romanos por nosotros” y recibe sucesivas respuestas de los militantes que acaban desbaratando la intención inicial de la pregunta. Lo cual da lugar a la situación cómica en la que el mismo jefe que preguntó acaba diciendo “Vale, vale, aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la educación, la seguridad y la paz, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?” y entonces contestan todos “Nada, nada”. Y digo que la escena es en el fondo conservadora porque se da a entender que dichos revolucionarios no quieren ver la obviedad del progreso que la invasión del Imperio les trajo y seguir, por tanto, con sus nuevas y buenas vidas. Pero resulta que los romanos no pidieron amablemente cambiarles sus costumbres sino que las impusieron por la fuerza de las armas, con toda la carga de sangre y sufrimiento que conllevó para su pueblo. Pedirles a los romanos que se volvieran por donde habían venido a pesar del bienestar material que les habían traído -el cual, por cierto, podrían seguir administrando los judíos por su cuenta sin necesidad de tener a los dominadores gobernándoles-, sería muy desagradecido por su parte, según la visión progresista y vencedora del asunto. Claro está que nada de esto cabe en la escena cómica de la película para que pueda seguir siendo cómica.
                Dice Ignacio Torreblanca que España es uno de los países que más se ha beneficiado de la globalización y es cierto, pero se olvida mencionar que no todos, dentro y fuera de España, se han beneficiado igual ni de la misma manera, y que además, en el lado de los costes, también ha sufrido y sufre la violencia de la misma; aunque España, como “país rico” que es, sufre un tipo de violencia menos descarnada que la de la mayoría de países pobres. Cito a continuación unos párrafos (páginas 216 y 217) del libro Raíces económicas del deterioro económico y social, del economista José Manuel Naredo (Editorial Siglo XXI):
                “No todos los países pueden beneficiarse a la vez de una relación de intercambio favorable, como tampoco todos pueden ejercer como atractores del ahorro del mundo. Al igual que no todas las empresas pueden salir triunfantes en la pelea de la competitividad, ni menos aún en el juego de fusiones y adquisiciones en boga. La necesidad de las empresas de emitir dinero financiero para comprar otras empresas y de crecer en tamaño para dificultar ser compradas por otras se presta bien a la metáfora depredador-presa. No en vano el vicepresidente y consejero delegado del principal grupo bancario español reconoció que “las fusiones entre iguales […] son escleróticas por no crear valor” y se mostró partidario de las adquisiciones que denominó “darwinianas”: “esas son las buenas, las que crean valor” (Saenz, 2005). Cabe constatar que la figura del empresario tradicional con finalidad productiva se ha desplazado hacia la de los nuevos condottieri de la competitividad y las finanzas, cuya práctica empresarial parece inspirarse más en Maquiavelo que en Smith. Así lo prueba el libro Maquiavelo: Lecciones para directivos (Jay, 2002) publicado por una editorial especializada en economía de la empresa, evidenciando que los consejos de Smith se revelan poco operativos para las prácticas empresariales de nuestro tiempo.”
[…]
“La polarización social y territorial que se observa a todos los niveles de agregación llega a escindir también los patrones demográficos entre países, entre regiones y entre barrios ricos y pobres de acuerdo con los modelos antes indicados. En efecto, en Naredo (2005) se confirma que, en el último cuarto del siglo XX, las curvas de supervivencia y las curvas de natalidad por edades de la población de la mayoría de los países ricos y pobres se ajustaban, respectivamente, a las típicas de depredadores y presas, encontrándose en posiciones intermedias los países llamados en “vías de desarrollo”. Y, como hemos indicado, la polarización social y territorial se proyecta también dentro de los países e incluso dentro de las ciudades, haciendo que la esperanza de vida caiga, en los barrios desfavorecidos de los países ricos, por debajo incluso de la media de los países más pobres.”
Esto que escribía Naredo en 2007 se refiere a la globalización económica que se inició en los años setenta y que no tiene parangón con el tipo de economía de mercado que existía en Europa y EEUU, principalmente, entre el final de la Segunda Guerra mundial y los citados años setenta, por mucho que sea su origen. Esta época es conocida entre los historiadores como los “treinta gloriosos”, que fueron los años en que en Europa, además de reconstruirse la economía de mercado, se creó el llamado estado de bienestar, que, entre otras cosas, instauró la base social de la economía: educación, sanidad y pensiones públicas y de calidad, además de trabajos estables y, en buena medida, también públicos. Todo esto, que, por otro lado, tampoco pudo ocurrir sin unas obvias relaciones de injusticia entre los países ricos de Europa (y EEUU) y el resto de países pobres con los que se comerciaba, es lo que se ha ido desmontando en la fase actual del capitalismo, es decir, desde mediados de los años setenta hasta hoy. Pretender, como hace Torreblanca en su articulillo, convalidar esta “segunda globalización” con los avances en las condiciones de vida de los ciudadanos (españoles, en este caso) durante la “primera globalización”, es un dislate.

La última y definitiva prueba de lo desacertado de la comparación por parte de nuestro articulista la encontramos al final, cuando, para definir el bienestar actual, nos habla de las grandes ideas de nuestro tiempo: “Facebook, iPhones, Internet, Ryanair, coches eléctricos, Pixar, …”, dice. Es muy revelador que cuatro de estos seis ejemplos que pretenden dar idea de los productos o servicios que hacen de nuestra vida globalizada una buena vida sean directamente nombres propios de compañías globales, cuya sola mención hace acallar discrepancias porque son el oráculo moderno, el progreso mismo. En esto, el señor Torreblanca coincide con el sentido común de cualquier capitalista integrado –el cual puede ser, como de hecho es, cualquiera, aunque no tenga donde caerse muerto-, como me recordó un alto ejecutivo cuando yo mantenía una conversación con él sobre estos temas hace tiempo: me enseñó su iPhone y me dijo “Esto es el progreso”. En fin, ante la terquedad de los hechos sólo cabe callar y asentir.

viernes, 21 de octubre de 2016

                                                            Más patrañas                          
            
           Después de la anterior campaña publicitaria del banco Sabadell, que titularon Nuevos tiempos y que iba dirigida a la gente y a las empresas en general (ya conté cómo uno de los anuncios televisivos de la misma me cambió la vida, por cierto), en la que se trataba de que mirásemos el futuro con confianza y optimismo a la vez que se reforzaban los “valores” de proximidad, confianza y compromiso con los clientes, nos sorprenden ahora con otra que se llama 100 respuestas inmediatas. Esta vez se trata de dirigirse a todo aquel que tenga un negocio, un comercio o sea autónomo, con la intención declarada de “desplazarse para nuestras necesidades”. Para ello nos muestran las respuestas “naturales e improvisadas” de una serie de personalidades españolas que aparecen, como es habitual, en primer plano y en blanco y negro, y de esta forma intentan producir cierta sensación de “veracidad”.
          En realidad no importa que dichos anuncios vayan dirigidos a trabajadores o a empresarios, pues, como dice el filósofo Antonio Valdecantos, sin ningún asomo de ironía, los empresarios son los que más trabajan y los trabajadores son también empresarios, especialmente en sus “vidas privadas”. Así que todos nos podemos beneficiar de los mismos consejos prácticos.
          Una de esas conversaciones con respuestas inmediatas se puede ver en Internet y tiene al exjugador de baloncesto Fernando Romay como interlocutor; dice así:

0:05 ¿Qué es lo que podría salvar el mundo?
0:08 La humanidad
0:10 Sí, sí... La conciencia. Que la humanidad tome conciencia de que tiene que salvar el mundo
0:15 Parece que últimamente lo único que quiere es solo salvarse su...
0:20 ¿culo se puede decir?

Dejemos a un lado el sarcasmo horrible que significa que el banco Sabadell diga que lo único que quiere alguien (la humanidad, en este caso) es salvar su culo, cuando fue este mismo banco el que compró la Caja Mediterráneo (CAM) en 2011 a precio de saldo (un euro) para ganar cuota de mercado sin importarle lo más mínimo que el Estado hubiera “rescatado” previamente dicha Caja y saliera perdiendo (por varios miles de millones euros) con la operación. Si yo hubiera tenido que responder a esa pregunta del Banco, habría preguntado primero ¿Salvar el mundo de qué?, pero comprendo que, cuando el objetivo es la inmediatez, no caben preguntas por parte del que responde, con lo cual yo habría respondido seriamente: “Está claro: ¡los superhéroes! Apenas llevan ochenta años intentándolo, pero démosles tiempo, que la empresa no es fácil”. Por otro lado, es innegable que el toque de naturalidad lo aporta el Banco insinuando la palabra culo, que nos cuela con un alley-oop Romay magistralmente. Para terminar de glosar la pieza de inmediatez y naturalidad en que consiste esta conversación, voy a citar textualmente unos párrafos del libro “La excepción permanente” (Díaz & Pons Editores) del profesor Valdecantos, que pertenecen al capítulo “Keywords para el súbdito tardomoderno”:
          “Toda época y todo espacio están atados a cierto repertorio de conceptos de uso obligatorio que forman una tópica a menudo difícil de describir, y en ocasiones muy resistente a cualquier inspección lúcida. Siempre hay, en efecto, un diccionario de conceptos vigentes que no son meras palabras dotadas de significado, sino dispositivos de placer, ingenios de destrucción, aparatos de vanidad o máquinas de tortura. No cabe, por ejemplo, usar las palabras “información”, “proyecto”, “vivencia” o “flexibilidad” sin prestar acatamiento a órdenes despóticas, y por lo general imbéciles, comprendidas en el corazón de cada uno de esos términos, verdaderos centros de potestad que gobiernan entendimientos y voluntades con mano de hierro candente. Como los hados, las keywords guían a quien les obedece y arrastran a quien se les resiste.” […] “Lo único inteligente y honrado que cabría, si fuera posible, con este género de palabras es no usarlas nunca, y lo deseable, no haberlas usado jamás.” […]
         “La autoridad de los modernos se asienta en eso a lo que, con un carácter sacral semejante al que tenía el de los antiguos, se llama conciencia, un órgano sabedor de lo que se debe hacer y evitar hacer, y que ha de autorizar acciones y omisiones, aunque carezca de cualquier capacidad físicamente coactiva, salvo la poseída por las potestades que sigan sus consejos.” […]
         “Contra lo que creyó Arendt, los tiempos modernos no han eclipsado la autoridad; tan sólo han inventado una nueva a su medida. O, mejor dicho, han forjado dos: una verdadera y otra falsa. La versión moderna de la autoridad tendrá que asentarse en una destilación de la idea del yo que permita investirlo de atributos sacrales y tratarlo con toda la distancia exigida por lo numinoso. Tal cosa sólo puede parecer una quimera a quien ignore que para la modernidad no hay empresas imposibles: el respeto que el propio yo reclama para sí en cuanto soporte de una “humanidad” sagrada es fundamento suficiente para la erección de una forma de autoridad que se distinga netamente de cualquier poder, y que se acople con las potestades de hecho en manera parecida a lo que en la República romana ocurría con la auctoritas y la potestas. El propio yo podrá ser para los modernos materia de exhibición impúdica, de disciplina férrea, de dispendio inmoderado, de aplicación tecnológica, de expresión compulsiva, de aprovechamiento casi pecuario, de transgresión festiva de cuidado escrupuloso o de la más metódica de las investigaciones, pero también permite ser usado como fuente de una seguridad incuestionable, necesaria para convalidar cualquier acto de poder. Basta con que lo mandado no lesione la conciencia del súbdito para que obtenga la autorización que necesita. Repárese en las leyes que amparan la llamada objeción de conciencia, las cuales son, en realidad, el más poderoso agente de autoridad del que quepa echar mano: si hay cierta clase de obligaciones cuyo cumplimiento puede declinar el súbdito por motivos de conciencia, se sigue que todas las demás están autorizadas por esta instancia, y en rigor no se exige nada más para que la cruda potestad reciba el respaldo de la forma moderna de la auctoritas.”

Otra respuesta inmediata a una pregunta del Banco nos la da el tenista Rafael Nadal, y ésta no es necesario buscarla en la Red porque la podemos ver actualmente en varios anuncios en la vía pública, al menos por Madrid. Ahí va:

      - ¿Qué es lo primero que haces cuando te levantas?
      -  Apagar el despertador

     Breve, pero llena de sabiduría. Por una parte, si atendemos al sentido normal de la respuesta, que se refiere a lo que hace Nadal al despertarse (y no al levantarse), nos está diciendo Ya veis, soy como cualquier otro trabajador, apago el despertador y me levanto. Pero, por otro lado, si nos fijamos en el sentido literal de la pregunta y la respuesta, resulta que Nadal oye el despertador, después se levanta y finalmente lo apaga. Es raro, sí, pero aquí está una de las claves del éxito deportivo -que es en realidad el espejo del éxito laboral y empresarial en que toda persona que quiera triunfar en la vida debe mirarse -, sí, levantarse de un brinco de la cama en cuanto suena el despertador, sin remolonear, con la actitud positiva y enérgica que se necesita para afrontar un día de trabajo duro.

martes, 11 de octubre de 2016

Los retos te harán feliz

      Un día vi un anuncio del Banco Sabadell por televisión en el que aparecían dos actores, José Coronado y una chica joven, conversando mientras caminaban por una ciudad. Él le decía a ella: “La vida no es conseguir un objetivo sino luchar por conseguirlo, ahí es donde se es feliz, porque cuando consigues el objetivo ya no eres feliz. Lo que te da la felicidad es luchar por ese objetivo, pienso yo, ¿sabes? a mí me pasa…” Después me fui a la cama y, al desvestirme, le di sin querer una patadita a una de mis zapatillas de felpa y se coló debajo de la cama. Tuve que agacharme para recogerla y ponérmela, y, entonces, las palabras de José Coronado volvieron a mí como un fogonazo de luz. Me dormí rápidamente, pero tuve un sueño intranquilo.
     A la noche siguiente le di un patadón a la zapatilla para que se colara bien adentro bajo la cama. Me agaché con rabia y repté alegremente hasta alcanzar la zapatilla. Así me entretuve durante varios días seguidos hasta que una noche salí al balcón y tiré con disimulo una de las zapatillas a la calle. Salí corriendo escaleras abajo con un pie descalzo y recuperé la zapatilla. Aumenté la hazaña –y el placer que me producía realizarla- al día siguiente tirando las dos zapatillas y esperando dentro del portal a que pasara alguien por la calle y se las llevara, pero no hubo éxito y tuve que recuperarlas sin más. A la noche siguiente, sin embargo, repetí la operación y, después de esperar más de una hora con los pies helados de frío, pasó un mendigo que recogió las zapatillas. En ese momento salí y le empecé a gritar insultándole por ladrón, pero salió despavorido tirando las zapatillas al suelo. Me habría gustado que el hombre hubiera ofrecido un poco de resistencia, pero de todas formas disfruté mucho.
      Cuando se me acabaron las ideas, decidí pedir ayuda a mi mujer. Fue ella la que propuso esconder las zapatillas para que las buscara antes de acostarme. Las primeras veces no me costó mucho encontrarlas, hasta que llegó el día en que no las pude recuperar. No perdía la esperanza, aunque a veces, de madrugada, caía rendido y sólo dormía unos minutos antes de que sonara el despertador para ir al trabajo. Pese a todo, la gente me decía que se me veía muy feliz, y yo asentía con una sonrisa, pero no les desvelaba el secreto de mi éxito.
Empezaba a aburrirme con el juego cuando de pronto un día vi otro anuncio, de un coche (un Audi, creo), en el que decían: “Quiero ser astronauta, dibujo animado, especialista de cine, pirata, estrella de rock, o de jazz, hombre invisible, mago... Quiero hacer submarinismo, equitación, skate...Quiero tener un late night, un club de fans, una mascota, un superpoder, un arco láser, y encontrar el amor de mi vida dos, tres veces. Pero en esta vida no puedes tenerlo todo, ¿o sí?” Y he visto la luz de nuevo: encontrar el amor de mi vida dos veces, tres, etc. ¡Esto sí que es un desafío a mi altura! Sé que puede ser difícil planteárselo a mi mujer, estamos bien juntos, pero debo hacerlo cuanto antes porque sé que, en el fondo, ella desea tanto como yo liberarse para encadenarse infinitas veces. Quizás esto no tenga nada que ver con el amor, pero nosotros siempre estuvimos de acuerdo en las cosas importantes; y si tenemos que separarnos, que así sea.

sábado, 8 de octubre de 2016



Mito: un dios bueno creó el mundo con su aliento de espuma marina.
Apócrifo: el aliento era en realidad un eructo.




La "verdad".